Dios tornará tus Heridas en Estrellas

Christ The Channel Of Saving Grace.
07/07/2014
Christ Our Example in True Courtesy.
03/07/2015

Dios tornará tus Heridas en Estrellas

Cierto niño invitó a su madre para asistir a la primera conferencia de maestros para padres en su escuela primaria. Para la sorpresa del niño, su madre dijo que iría. Esta sería la primera vez que sus compañeros y maestros conocerían a su madre y el niño se avergonzaba de su apariencia.

Aunque ella era una mujer hermosa, tenía una cicatriz muy notable que cubría casi enteramente la parte derecha de su rostro. El niño nunca quería hablar acerca de cómo o porqué le quedó a ella esa cicatriz. En  la conferencia, las personas se quedaron impresionadas por la amabilidad y belleza natural de su madre a pesar de esa cicatriz, pero el muchachito aun así se avergonzaba y se escondía de todo mundo. Sin embargo el alcanzó a oír algo de una conversación entre su madre y su maestra y  las escucho conversando. “¿Como obtuvo esa cicatriz en su rostro?” La maestra preguntó. Entonces la mamá contestó, “Cuando mi hijo era bebé, estaba en un cuarto que se incendio. Todos estaban aterrorizados de entrar al cuarto porque el fuego estaba fuera de control, así que tuve que hacerlo yo. Mientras corría hacia su cama, vi que se desprendió  una viga que le caería y me puse sobre él  tratando de protegerlo. Yo quede inconsciente pero afortunadamente, un bombero entro y nos salvó la vida a los dos.” Ella tocó la parte quemada de su rostro. “Esta cicatriz será permanente, pero hasta este día, nunca, nunca me he arrepentido  de de haber hecho lo que hice.” Justo en ese momento el niño vino corriendo hacia su madre con lágrimas en sus ojos. Él la abrazó y sintió un sentido irresistible de sacrificio que su madre había hecho por él. Él la tomó estrechamente de su mano por el resto del día.1

En forma similar, Jesús lleva una cicatriz – muchas cicatrices, de hecho. Ellas le recuerdan sus días llenos de dolor y sufrimiento en esta tierra,  En realidad, ellas simbolizan el más terrible suceso en la historia de todo el universo, además son una muestra de la misericordia y amor incondicional de Cristo.  El haber resucitado de la muerte no borró sus cicatrices; Él aun llevaba las marcas de los clavos en sus manos. La fe cristiana no niega que habrá dolor, la realidad de las heridas, o la existencia de las marcas. Pero es nuestra fe la que nos ayuda para seguir adelante.

Después de su resurrección, Jesús se apareció ante sus discípulos pero ellos no le reconocieron. Fue solo cuando Jesús les mostro sus heridas entonces le conocieron. Tomas no había estado con los otros discípulos y por eso él dijo: “ Si yo no veo en sus manos la marca de los clavos, y si no meto mi mano en la marca de los clavos, y si no meto mi mano en su costado no creeré jamás.”(Juan 20:25). Una semana más tarde Jesús sorprendió a sus discípulos otra vez y Tomas estaba entre ellos. Cuando Tomas vio sus heridas le impulsaron a decir, “! Mi Señor, Mi Dios!” (John 20:28). También me impulsaron a decir lo mismo. Estoy muy agradecida que algo tan feo y horrible como esas heridas han llevado tal belleza, porque ellas prueban el gran amor que Jesucristo tuvo por mí.

Era un día  caluroso en el sur de Florida cuando un jovencito decidió ir a nadar en una laguna que estaba en la parte trasera de su casa. Lleno de alegría salió corriendo por la puerta de atrás y se lanzó al agua. Su madre lo estaba observando por la ventana y vio lo que estaba por suceder. Inmediatamente ella salió corriendo hacia donde estaba su hijo y gritó tan fuerte como pudo. El niño escuchó el grito y comenzó a nadar de regreso a la orilla pero fue demasiado tarde.  La madre agarró a su hijo de sus brazos al mismo tiempo cuando un cocodrilo lo tomó de sus piernas.

La mujer lo jalaba con todas sus fuerzas. El animal salvaje era muy fuerte pero la madre estaba aun más determinada y el amor por su hijo era mucho más fuerte. Un hombre escuchó el grito, se acercó hasta la orilla del lago con una arma y mato al cocodrilo. El niño fue salvado y aunque sus piernas fueron terriblemente lastimadas el pudo caminar otra vez.

Cuando se recuperó del trauma, un reportero le pidió que le mostrara las cicatrices en sus piernas. El niño levanto la sabana y se las mostró. Después orgullosamente el levanto las mangas de su camisa y dijo: “Estas son las que debes mirar!” Esas eran las marcas de las uñas de los dedos de su madre que se habían enterrado en sus brazos. “Las tengo porque mi madre  no me dejo y salvó mi vida.” Algunas de tus heridas son causadas por tus propios pecados, pero algunas son las marcas de los dedos de Dios cuando él te tomó, con fuerza para que no cayeras en las garras del enemigo.

Todos nosotros tenemos cicatrices, pues somos humanos. Yo tengo una cicatriz en la rodilla izquierda que me quedó del año pasado cuando tuve un accidente al hacer deporte. Me tuvieron que intervenir quirúrgicamente para restablecer mi rodilla. La operación dejó una cicatriz de algunos centímetros en mi pierna. Cada vez que la toco, me recuerda que por la gracia de Dios puedo caminar y hacer deportes otra vez. Tú también tienes cicatrices, algunas visibles, otras invisibles, otras más visibles con la edad. Tal vez sentimientos heridos, un corazón destrozado, decepciones, coraje o amargura dejaron una marca en tu corazón y tu alma. Cada una tiene su propia historia. Tu Salvador también tiene cicatrices para probar su amor por ti. Si tu no le conoces, como Tomas, si no puedes creer, Jesús misericordiosamente te mostrará sus cicatrices “para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y creyendo tengáis vida por su nombre” (Juan 20:31). Si todavía luchas con tu doloroso pasado, Jesús te dice: “He escuchado a tu oración, he visto tus lagrimas: he aquí, yo te sanaré.” (2 Reyes 20: 5). Pedro escribió que por sus heridas y marcas hemos sido sanados (I Pedro 2:24). Un día cuando Jesús regrese a esta tierra estas marcas aun serán visibles para toda la humanidad. Nadie será capaz de negar el sacrificio que El hizo en la cruz. Entonces con amor en su mirada te llevara de la mano y tornará tus heridas en estrellas.

M. D. Franca

Trad. B. RamosCierto niño invitó a su madre para asistir a la primera conferencia de maestros para padres en su escuela primaria. Para la sorpresa del niño, su madre dijo que iría. Esta sería la primera vez que sus compañeros y maestros conocerían a su madre y el niño se avergonzaba de su apariencia.

Aunque ella era una mujer hermosa, tenía una cicatriz muy notable que cubría casi enteramente la parte derecha de su rostro. El niño nunca quería hablar acerca de cómo o porqué le quedó a ella esa cicatriz. En  la conferencia, las personas se quedaron impresionadas por la amabilidad y belleza natural de su madre a pesar de esa cicatriz, pero el muchachito aun así se avergonzaba y se escondía de todo mundo. Sin embargo el alcanzó a oír algo de una conversación entre su madre y su maestra y  las escucho conversando. “¿Como obtuvo esa cicatriz en su rostro?” La maestra preguntó. Entonces la mamá contestó, “Cuando mi hijo era bebé, estaba en un cuarto que se incendio. Todos estaban aterrorizados de entrar al cuarto porque el fuego estaba fuera de control, así que tuve que hacerlo yo. Mientras corría hacia su cama, vi que se desprendió  una viga que le caería y me puse sobre él  tratando de protegerlo. Yo quede inconsciente pero afortunadamente, un bombero entro y nos salvó la vida a los dos.” Ella tocó la parte quemada de su rostro. “Esta cicatriz será permanente, pero hasta este día, nunca, nunca me he arrepentido  de de haber hecho lo que hice.” Justo en ese momento el niño vino corriendo hacia su madre con lágrimas en sus ojos. Él la abrazó y sintió un sentido irresistible de sacrificio que su madre había hecho por él. Él la tomó estrechamente de su mano por el resto del día.1

En forma similar, Jesús lleva una cicatriz – muchas cicatrices, de hecho. Ellas le recuerdan sus días llenos de dolor y sufrimiento en esta tierra,  En realidad, ellas simbolizan el más terrible suceso en la historia de todo el universo, además son una muestra de la misericordia y amor incondicional de Cristo.  El haber resucitado de la muerte no borró sus cicatrices; Él aun llevaba las marcas de los clavos en sus manos. La fe cristiana no niega que habrá dolor, la realidad de las heridas, o la existencia de las marcas. Pero es nuestra fe la que nos ayuda para seguir adelante.

Después de su resurrección, Jesús se apareció ante sus discípulos pero ellos no le reconocieron. Fue solo cuando Jesús les mostro sus heridas entonces le conocieron. Tomas no había estado con los otros discípulos y por eso él dijo: “ Si yo no veo en sus manos la marca de los clavos, y si no meto mi mano en la marca de los clavos, y si no meto mi mano en su costado no creeré jamás.”(Juan 20:25). Una semana más tarde Jesús sorprendió a sus discípulos otra vez y Tomas estaba entre ellos. Cuando Tomas vio sus heridas le impulsaron a decir, “! Mi Señor, Mi Dios!” (John 20:28). También me impulsaron a decir lo mismo. Estoy muy agradecida que algo tan feo y horrible como esas heridas han llevado tal belleza, porque ellas prueban el gran amor que Jesucristo tuvo por mí.

Era un día  caluroso en el sur de Florida cuando un jovencito decidió ir a nadar en una laguna que estaba en la parte trasera de su casa. Lleno de alegría salió corriendo por la puerta de atrás y se lanzó al agua. Su madre lo estaba observando por la ventana y vio lo que estaba por suceder. Inmediatamente ella salió corriendo hacia donde estaba su hijo y gritó tan fuerte como pudo. El niño escuchó el grito y comenzó a nadar de regreso a la orilla pero fue demasiado tarde.  La madre agarró a su hijo de sus brazos al mismo tiempo cuando un cocodrilo lo tomó de sus piernas.

La mujer lo jalaba con todas sus fuerzas. El animal salvaje era muy fuerte pero la madre estaba aun más determinada y el amor por su hijo era mucho más fuerte. Un hombre escuchó el grito, se acercó hasta la orilla del lago con una arma y mato al cocodrilo. El niño fue salvado y aunque sus piernas fueron terriblemente lastimadas el pudo caminar otra vez.

Cuando se recuperó del trauma, un reportero le pidió que le mostrara las cicatrices en sus piernas. El niño levanto la sabana y se las mostró. Después orgullosamente el levanto las mangas de su camisa y dijo: “Estas son las que debes mirar!” Esas eran las marcas de las uñas de los dedos de su madre que se habían enterrado en sus brazos. “Las tengo porque mi madre  no me dejo y salvó mi vida.” Algunas de tus heridas son causadas por tus propios pecados, pero algunas son las marcas de los dedos de Dios cuando él te tomó, con fuerza para que no cayeras en las garras del enemigo.

Todos nosotros tenemos cicatrices, pues somos humanos. Yo tengo una cicatriz en la rodilla izquierda que me quedó del año pasado cuando tuve un accidente al hacer deporte. Me tuvieron que intervenir quirúrgicamente para restablecer mi rodilla. La operación dejó una cicatriz de algunos centímetros en mi pierna. Cada vez que la toco, me recuerda que por la gracia de Dios puedo caminar y hacer deportes otra vez. Tú también tienes cicatrices, algunas visibles, otras invisibles, otras más visibles con la edad. Tal vez sentimientos heridos, un corazón destrozado, decepciones, coraje o amargura dejaron una marca en tu corazón y tu alma. Cada una tiene su propia historia. Tu Salvador también tiene cicatrices para probar su amor por ti. Si tu no le conoces, como Tomas, si no puedes creer, Jesús misericordiosamente te mostrará sus cicatrices “para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y creyendo tengáis vida por su nombre” (Juan 20:31). Si todavía luchas con tu doloroso pasado, Jesús te dice: “He escuchado a tu oración, he visto tus lagrimas: he aquí, yo te sanaré.” (2 Reyes 20: 5). Pedro escribió que por sus heridas y marcas hemos sido sanados (I Pedro 2:24). Un día cuando Jesús regrese a esta tierra estas marcas aun serán visibles para toda la humanidad. Nadie será capaz de negar el sacrificio que El hizo en la cruz. Entonces con amor en su mirada te llevara de la mano y tornará tus heridas en estrellas.

M. D. Franca

Trad. B. Ramos

Cierto niño invitó a su madre para asistir a la primera conferencia de maestros para padres en su escuela primaria. Para la sorpresa del niño, su madre dijo que iría. Esta sería la primera vez que sus compañeros y maestros conocerían a su madre y el niño se avergonzaba de su apariencia.

Aunque ella era una mujer hermosa, tenía una cicatriz muy notable que cubría casi enteramente la parte derecha de su rostro. El niño nunca quería hablar acerca de cómo o porqué le quedó a ella esa cicatriz. En  la conferencia, las personas se quedaron impresionadas por la amabilidad y belleza natural de su madre a pesar de esa cicatriz, pero el muchachito aun así se avergonzaba y se escondía de todo mundo. Sin embargo el alcanzó a oír algo de una conversación entre su madre y su maestra y  las escucho conversando. “¿Como obtuvo esa cicatriz en su rostro?” La maestra preguntó. Entonces la mamá contestó, “Cuando mi hijo era bebé, estaba en un cuarto que se incendio. Todos estaban aterrorizados de entrar al cuarto porque el fuego estaba fuera de control, así que tuve que hacerlo yo. Mientras corría hacia su cama, vi que se desprendió  una viga que le caería y me puse sobre él  tratando de protegerlo. Yo quede inconsciente pero afortunadamente, un bombero entro y nos salvó la vida a los dos.” Ella tocó la parte quemada de su rostro. “Esta cicatriz será permanente, pero hasta este día, nunca, nunca me he arrepentido  de de haber hecho lo que hice.” Justo en ese momento el niño vino corriendo hacia su madre con lágrimas en sus ojos. Él la abrazó y sintió un sentido irresistible de sacrificio que su madre había hecho por él. Él la tomó estrechamente de su mano por el resto del día.1

En forma similar, Jesús lleva una cicatriz – muchas cicatrices, de hecho. Ellas le recuerdan sus días llenos de dolor y sufrimiento en esta tierra,  En realidad, ellas simbolizan el más terrible suceso en la historia de todo el universo, además son una muestra de la misericordia y amor incondicional de Cristo.  El haber resucitado de la muerte no borró sus cicatrices; Él aun llevaba las marcas de los clavos en sus manos. La fe cristiana no niega que habrá dolor, la realidad de las heridas, o la existencia de las marcas. Pero es nuestra fe la que nos ayuda para seguir adelante.

Después de su resurrección, Jesús se apareció ante sus discípulos pero ellos no le reconocieron. Fue solo cuando Jesús les mostro sus heridas entonces le conocieron. Tomas no había estado con los otros discípulos y por eso él dijo: “ Si yo no veo en sus manos la marca de los clavos, y si no meto mi mano en la marca de los clavos, y si no meto mi mano en su costado no creeré jamás.”(Juan 20:25). Una semana más tarde Jesús sorprendió a sus discípulos otra vez y Tomas estaba entre ellos. Cuando Tomas vio sus heridas le impulsaron a decir, “! Mi Señor, Mi Dios!” (John 20:28). También me impulsaron a decir lo mismo. Estoy muy agradecida que algo tan feo y horrible como esas heridas han llevado tal belleza, porque ellas prueban el gran amor que Jesucristo tuvo por mí.

Era un día  caluroso en el sur de Florida cuando un jovencito decidió ir a nadar en una laguna que estaba en la parte trasera de su casa. Lleno de alegría salió corriendo por la puerta de atrás y se lanzó al agua. Su madre lo estaba observando por la ventana y vio lo que estaba por suceder. Inmediatamente ella salió corriendo hacia donde estaba su hijo y gritó tan fuerte como pudo. El niño escuchó el grito y comenzó a nadar de regreso a la orilla pero fue demasiado tarde.  La madre agarró a su hijo de sus brazos al mismo tiempo cuando un cocodrilo lo tomó de sus piernas.

La mujer lo jalaba con todas sus fuerzas. El animal salvaje era muy fuerte pero la madre estaba aun más determinada y el amor por su hijo era mucho más fuerte. Un hombre escuchó el grito, se acercó hasta la orilla del lago con una arma y mato al cocodrilo. El niño fue salvado y aunque sus piernas fueron terriblemente lastimadas el pudo caminar otra vez.

Cuando se recuperó del trauma, un reportero le pidió que le mostrara las cicatrices en sus piernas. El niño levanto la sabana y se las mostró. Después orgullosamente el levanto las mangas de su camisa y dijo: “Estas son las que debes mirar!” Esas eran las marcas de las uñas de los dedos de su madre que se habían enterrado en sus brazos. “Las tengo porque mi madre  no me dejo y salvó mi vida.” Algunas de tus heridas son causadas por tus propios pecados, pero algunas son las marcas de los dedos de Dios cuando él te tomó, con fuerza para que no cayeras en las garras del enemigo.

Todos nosotros tenemos cicatrices, pues somos humanos. Yo tengo una cicatriz en la rodilla izquierda que me quedó del año pasado cuando tuve un accidente al hacer deporte. Me tuvieron que intervenir quirúrgicamente para restablecer mi rodilla. La operación dejó una cicatriz de algunos centímetros en mi pierna. Cada vez que la toco, me recuerda que por la gracia de Dios puedo caminar y hacer deportes otra vez. Tú también tienes cicatrices, algunas visibles, otras invisibles, otras más visibles con la edad. Tal vez sentimientos heridos, un corazón destrozado, decepciones, coraje o amargura dejaron una marca en tu corazón y tu alma. Cada una tiene su propia historia. Tu Salvador también tiene cicatrices para probar su amor por ti. Si tu no le conoces, como Tomas, si no puedes creer, Jesús misericordiosamente te mostrará sus cicatrices “para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y creyendo tengáis vida por su nombre” (Juan 20:31). Si todavía luchas con tu doloroso pasado, Jesús te dice: “He escuchado a tu oración, he visto tus lagrimas: he aquí, yo te sanaré.” (2 Reyes 20: 5). Pedro escribió que por sus heridas y marcas hemos sido sanados (I Pedro 2:24). Un día cuando Jesús regrese a esta tierra estas marcas aun serán visibles para toda la humanidad. Nadie será capaz de negar el sacrificio que El hizo en la cruz. Entonces con amor en su mirada te llevara de la mano y tornará tus heridas en estrellas.

M. D. Franca

Trad. B. Ramos

Cierto niño invitó a su madre para asistir a la primera conferencia de maestros para padres en su escuela primaria. Para la sorpresa del niño, su madre dijo que iría. Esta sería la primera vez que sus compañeros y maestros conocerían a su madre y el niño se avergonzaba de su apariencia.

Aunque ella era una mujer hermosa, tenía una cicatriz muy notable que cubría casi enteramente la parte derecha de su rostro. El niño nunca quería hablar acerca de cómo o porqué le quedó a ella esa cicatriz. En  la conferencia, las personas se quedaron impresionadas por la amabilidad y belleza natural de su madre a pesar de esa cicatriz, pero el muchachito aun así se avergonzaba y se escondía de todo mundo. Sin embargo el alcanzó a oír algo de una conversación entre su madre y su maestra y  las escucho conversando. “¿Como obtuvo esa cicatriz en su rostro?” La maestra preguntó. Entonces la mamá contestó, “Cuando mi hijo era bebé, estaba en un cuarto que se incendio. Todos estaban aterrorizados de entrar al cuarto porque el fuego estaba fuera de control, así que tuve que hacerlo yo. Mientras corría hacia su cama, vi que se desprendió  una viga que le caería y me puse sobre él  tratando de protegerlo. Yo quede inconsciente pero afortunadamente, un bombero entro y nos salvó la vida a los dos.” Ella tocó la parte quemada de su rostro. “Esta cicatriz será permanente, pero hasta este día, nunca, nunca me he arrepentido  de de haber hecho lo que hice.” Justo en ese momento el niño vino corriendo hacia su madre con lágrimas en sus ojos. Él la abrazó y sintió un sentido irresistible de sacrificio que su madre había hecho por él. Él la tomó estrechamente de su mano por el resto del día.1

En forma similar, Jesús lleva una cicatriz – muchas cicatrices, de hecho. Ellas le recuerdan sus días llenos de dolor y sufrimiento en esta tierra,  En realidad, ellas simbolizan el más terrible suceso en la historia de todo el universo, además son una muestra de la misericordia y amor incondicional de Cristo.  El haber resucitado de la muerte no borró sus cicatrices; Él aun llevaba las marcas de los clavos en sus manos. La fe cristiana no niega que habrá dolor, la realidad de las heridas, o la existencia de las marcas. Pero es nuestra fe la que nos ayuda para seguir adelante.

Después de su resurrección, Jesús se apareció ante sus discípulos pero ellos no le reconocieron. Fue solo cuando Jesús les mostro sus heridas entonces le conocieron. Tomas no había estado con los otros discípulos y por eso él dijo: “ Si yo no veo en sus manos la marca de los clavos, y si no meto mi mano en la marca de los clavos, y si no meto mi mano en su costado no creeré jamás.”(Juan 20:25). Una semana más tarde Jesús sorprendió a sus discípulos otra vez y Tomas estaba entre ellos. Cuando Tomas vio sus heridas le impulsaron a decir, “! Mi Señor, Mi Dios!” (John 20:28). También me impulsaron a decir lo mismo. Estoy muy agradecida que algo tan feo y horrible como esas heridas han llevado tal belleza, porque ellas prueban el gran amor que Jesucristo tuvo por mí.

Era un día  caluroso en el sur de Florida cuando un jovencito decidió ir a nadar en una laguna que estaba en la parte trasera de su casa. Lleno de alegría salió corriendo por la puerta de atrás y se lanzó al agua. Su madre lo estaba observando por la ventana y vio lo que estaba por suceder. Inmediatamente ella salió corriendo hacia donde estaba su hijo y gritó tan fuerte como pudo. El niño escuchó el grito y comenzó a nadar de regreso a la orilla pero fue demasiado tarde.  La madre agarró a su hijo de sus brazos al mismo tiempo cuando un cocodrilo lo tomó de sus piernas.

La mujer lo jalaba con todas sus fuerzas. El animal salvaje era muy fuerte pero la madre estaba aun más determinada y el amor por su hijo era mucho más fuerte. Un hombre escuchó el grito, se acercó hasta la orilla del lago con una arma y mato al cocodrilo. El niño fue salvado y aunque sus piernas fueron terriblemente lastimadas el pudo caminar otra vez.

Cuando se recuperó del trauma, un reportero le pidió que le mostrara las cicatrices en sus piernas. El niño levanto la sabana y se las mostró. Después orgullosamente el levanto las mangas de su camisa y dijo: “Estas son las que debes mirar!” Esas eran las marcas de las uñas de los dedos de su madre que se habían enterrado en sus brazos. “Las tengo porque mi madre  no me dejo y salvó mi vida.” Algunas de tus heridas son causadas por tus propios pecados, pero algunas son las marcas de los dedos de Dios cuando él te tomó, con fuerza para que no cayeras en las garras del enemigo.

Todos nosotros tenemos cicatrices, pues somos humanos. Yo tengo una cicatriz en la rodilla izquierda que me quedó del año pasado cuando tuve un accidente al hacer deporte. Me tuvieron que intervenir quirúrgicamente para restablecer mi rodilla. La operación dejó una cicatriz de algunos centímetros en mi pierna. Cada vez que la toco, me recuerda que por la gracia de Dios puedo caminar y hacer deportes otra vez. Tú también tienes cicatrices, algunas visibles, otras invisibles, otras más visibles con la edad. Tal vez sentimientos heridos, un corazón destrozado, decepciones, coraje o amargura dejaron una marca en tu corazón y tu alma. Cada una tiene su propia historia. Tu Salvador también tiene cicatrices para probar su amor por ti. Si tu no le conoces, como Tomas, si no puedes creer, Jesús misericordiosamente te mostrará sus cicatrices “para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y creyendo tengáis vida por su nombre” (Juan 20:31). Si todavía luchas con tu doloroso pasado, Jesús te dice: “He escuchado a tu oración, he visto tus lagrimas: he aquí, yo te sanaré.” (2 Reyes 20: 5). Pedro escribió que por sus heridas y marcas hemos sido sanados (I Pedro 2:24). Un día cuando Jesús regrese a esta tierra estas marcas aun serán visibles para toda la humanidad. Nadie será capaz de negar el sacrificio que El hizo en la cruz. Entonces con amor en su mirada te llevara de la mano y tornará tus heridas en estrellas.

M. D. Franca

Trad. B. Ramos

ims